miércoles, 19 de octubre de 2011

La tarde-panqueque con G

Llueve.
Estamos lejos.
Y cansados.
Sin plan.

Paró de llover.
Estamos abrazados.
Y risueños.
Sin peros.

jueves, 13 de octubre de 2011

Me siento tan segura de mi decisión, que no sé si estoy siendo la más valiente o la más cagona del mundo.

Huevo

"Sí, nos gustamos, pero él no quería que le gustara nadie y yo no quería que me gustara alguien que no quería que le gustara nadie. Así que bueno, eso, me molesta que me guste porque a él le molesta que yo le guste. Entendés?"


lunes, 10 de octubre de 2011

Quiero un sí quiero

Para qué voy a mentir. Para que voy a seguir diciendo que no, porque queda mejor o porque es más progre. Para qué, si cambié de opinión. Obviamente, tal y como sucede cada vez, no recuerdo cómo ni cuándo sucedió, y todavía me cuesta explicar el por qué. Pero, supongo que un día, cambié de opinión: me quiero casar. Sí, eso, me quiero casar.

Quiero despertarme una mañana y que me digan estaba esperando a que te despiertes, casate conmigo. Quiero que la respuesta sea obvia. Quiero ir a sacar fecha a un registro civil, ponernos nerviosos y dubitativos. Una crisis existencial que termine por asegurarme que estoy por hacer lo correcto. Quiero mirarnos y sentir la certeza de que deseo esa compañía para siempre. A sabiendas de que existirán momentos complicados y aunque finalmente pueda resultar no ser para siempre. Quiero elegir qué voy a ponerme y evitar que el novio lo vea antes del día indicado. Elegir los testigos, mandar invitaciones por mail, pedir algunos regalos, ponernos de acuerdo en el destino de la luna de miel y que nos preparen despedidas de solteros.

Quiero darme la mano con mi inmediato futuro marido ante un juez de verdad, uno que diga un par de cosas cursis antes del sí. Quiero usar algo nuevo, algo viejo, algo prestado y algo azul. Quiero celebrar el amor, y mucho arroz con la libreta de matrimonio en la mano, y amigos y familiares emocionados, que se me corra el maquillaje y besos en público.

Quiero una fiesta inolvidable para querer que termine, que termine para acostarme en una cama y decir “hola señor X”, y que el hombre al lado mío me saque los zapatos y diga “hola señora de X” y nos riamos y repasemos momentos lindos de la noche y estar un poquito borrachos y que hagamos el amor, o nos durmamos vestidos y dejemos el sexo para la mañana. Una fiesta que nos encuentre contentos, así, sonrientes, e imprima recuerdos lindos. Que nos duelan los pies de tanto bailar, qué rica que estaba la comida, las lucecitas adornando los árboles del jardín, el pasto húmedo de rocío, abrazarnos en un lento cuando ya nadie mire y haya sólo serpentinas en el piso. Cuánta risa con tanta gente que nos quiere. Quiero estar feliz, haber brindado por eso.

Quiero una foto de ese día, en la que estemos desprolijos, cansados y radiantes, la foto arriba del piano en nuestro living. Pararme delante de ella cada tanto y revivir la sensación con exactitud. Quiero recordar anécdotas, y contárselas a nuestros hijos, y saberlas cuando las cosas se pongan difíciles. Quiero tener las imágenes en la cabeza, intactas, y que se me vengan sin avisar ante algún estímulo, y sean un refugio, y sean un lindo lugar al que volver a conciencia a veces.

Quiero mirarnos y saber que ambos estuvimos ahí, compartiendo, tomando riesgos y compromisos, haciendo algunas concesiones y aceptando algunas condiciones desde lo más sincero. Cerrando un pacto. Los dos.

Me quiero casar, pero también podría decir que lo que quiero es tener al lado a alguien con quien la vida sea tan especial y nos amemos tanto, que realmente quiera casarme. Un ritual, es en definitiva, la manifestación simbólica de una creencia. Y ante todo, quiero creer en la unión como fundamento. Una unión tanto visceral como racional en la que confíe plenamente. Y después, recién ahí, todo lo demás.

viernes, 7 de octubre de 2011

Lechuga

Yo dije que la época de mi cumpleaños me resulta, históricamente, bastante difícil, que octubre me propone siempre cambios estructurales, y que ese estado de crisis me hace sentir inevitablemente muy sola. Que se repite año tras año con la misma dinámica, como si no pudiera escapar de ese ciclo.
Hablé de lo que eso implicaba, de que cada vez lo abordo con menos entereza, aún sabiendo que después, también sin excepción, todo se acomoda y es mejor.
Ella preguntó si recordaba desde cuándo me sucedía eso. No, contesté. Preguntó si recordaba algún cumpleaños más difícil que otros, algún octubre con cambios más drásticos, alguna crisis más irreversible. No, volví a contestar. Seguro? Insistió. Sí, seguro.
Hace unos días, conté después de un silencio, estaba en mi casa cocinando para mi sola, y me acordé de algo que no recordaba. Una vez, en el jardín de infantes, nos enseñaron a preparar ensalada de lechuga. Y yo volví a mi casa y le conté a mi mamá que habíamos hecho ensalada de lechuga como si fuera una gran proeza. Mi mamá me felicitó y festejó el suceso, como si realmente hubiera sido una gran proeza. Me acuerdo del bowl de plástico verde metalizado donde pusimos la lechuga, un bowl enorme, una cantidad infinita de lechuga. Y a mi me tocó llevarlo a la mesa del comedor. Era tan grande que tenía miedo de que se me cayera y se arruinara la ensalada. Dije. Una proeza. Ahora que lo pienso, seguro que el bowl no era tan grande. Pero qué se yo, tenía cuatro años, a esa altura, todo parece gigante.
A veces me parece que octubre es como un bowl inmenso que me queda gigante, a punto de caerse. Como si existieran bowls que quedan grandes a los veinticinco, o como si tuviera cuatro años. Dije.

Ah. Claro. Mis viejos esperaron a que pasara mi cuarto cumpleaños para separarse. Y mi papá se fue de casa en octubre.
Ella me miró y dijo que suponía que ese había sido un cumpleaños difícil. Y que eso me hace hace asociar la crisis, o el cambio, a la soledad, como si fuera la única manera de atravesarlo. Hablamos de la representación y la manifestación del trauma.
Yo no quiero más asociar la crisis a la soledad. Dije. No quiero sentir la soledad existencial en cada cosa que hago. Pero no sé qué hacer al respecto.
Ella no respondió.
Vos decís que se cura?
Y ella no respondió.
El psicoanálisis a veces me parece un poco esotérico.
Querés el último mate?

Autoretrato. 
Birome sobre papel. 13x9

lunes, 3 de octubre de 2011

Cumpleaños: los deseos

Hace unos años descubrí que no todos pedimos el mismo tipo de deseos al momento de soplar las velitas de cumpleaños. Están los que desean cosas imposibles, los que piensan en un futuro lejano, los que piden cosas para otros, los que necesitan de otros para cumplir los deseos que piden, los que se refugian en las generalidades, los que especifican las condiciones de sus deseos, los que confían en la suerte, los que piden cosas superfluas, los que multiplican todo por un millón, los que repiten los mismos tres deseos año tras año, los que piden menos de tres, los que piden la continuidad de lo que ya tienen, y los que no piden nada.
No sé ustedes, pero yo nunca pienso los deseos de antemano, y aunque a veces me resulta complicada la presión de la velita chorreando cera sobre la torta, de la gente cantando la segunda vuelta del feliz feliz en tu día, o del silencio posterior, a la espera de que termine de decidirme, confío en que justamente el apuro hace que elija lo más genuino y sincero para mis módicos tres deseos. Pero tampoco abuso, si soplo las velas más de una vez, pido los mismos.
Yo, por mi parte, pido cosas bastante puntuales, concretables por mí, a corto plazo. Tiene más que ver con darle una orientación al año que comienza, a ponerme ciertos objetivos. Porque los deseos me los pido a mi misma. No me queda claro a quién otro debería pedírselos sino. No es, según yo lo entiendo, una cuestión de fe, más bien de confianza en mis propias aspiraciones.
Por otro lado nunca los anoto y menos que menos los recuerdo, así que al final, no puedo comprobar si cumplí con las expectativas que deposité en mí el año anterior o no.
En realidad, si he de ser honesta, me da lo mismo saberlo. Es irrelevante. Yo sólo le pongo un título tentativo a lo que se aproxima, marco el norte con un puntito, y después vivo como me sale, aunque a veces me vaya para el sur a conciencia.
Tener la posibilidad de pedir deseos me hace pensar en la falta, en lo que no está bien, en lo que me gustaría que fuera distinto en mi vida, es la oportunidad simbólica de elegir un rumbo.
Esta vez, sin embargo, debo admitir que me costó desear, por un momento no supe qué pedir, y lo leo como un anclaje al presente. De pronto me di cuenta, justo delante de la velita, que no me importa tanto tener el control sobre lo que vaya a suceder en mi vida, que lo que soy se manifiesta en cada paso, y de esa forma, es imposible no llegar.
Así que pedí dos cosas re chiquititas que no se las cuento, y después gasté un deseo en la paz mundial. Quizás debería haber pedido river campeón, pero no se me ocurrió a tiempo.