miércoles, 5 de septiembre de 2012

Cosas que pasaron durante el tiempo que abandoné el blog - tomo 2


Apareció un fantasma en mi casa. Lo que estoy a punto de contar está supeditado a las ganas que tengan de creerme, pero yo les juro, en mi casa había un fantasma.

Resulta que a veces me da miedo dormir sola, porque escucho ruidos que vienen de afuera y pienso que va a entrar alguien por la terraza para violarme. La mayoría de las veces tardo en entender que los ruidos vienen de lejos, pero aún después de eso sigo teniendo miedo, y doy gracias a la niña que llevo dentro por haber mudado a Chiche conmigo. Chiche es mi oso de peluche y lo abrazo sin vergüenza mientras duermo (salvo cuando comparto la cama con G, en ese caso tiro a Chiche al piso y pienso que le estoy siendo infiel. Eso sí me da vergüenza).

Durante varias noches tuve más miedo de lo normal, escuchaba más ruidos, veía sombras, me sentía inquieta. Creí que estaba sugestionada, y probablemente lo estaba, pero no podía lidiar con el susto y me dio insomnio. Un día, cuando después de infinitas vueltas logré dormirme, tuve pesadillas. Soñé que había alguien en mi casa, estaba ahí, adentro, escondido esperando el momento. Yo buscaba y no lo encontraba, pero estaba segura y escuchaba su risa. De pronto apareció una compañera de trabajo, me sacudía por los hombros y me decía desesperada “despertate, hay algo en tu casa pero no es lo que vos pensás, despertate”. Y me desperté pegando un salto en la cama, toda transpirada sin entender si había estado soñando o pensando. Miré el reloj, 4:33am. Me quedé acostada a oscuras, petrificada con los ojos muy abiertos y agudizando el oído, podía escuchar mis propios latidos. Sentí la presencia en mi habitación, no puedo explicarlo, pero supe que no era una persona y que si había algo no iba a ser precisamente agradable. Pensé en salir corriendo, en llamar a mi mamá, en gritar. Me quedé inmóvil en la cama. Esperé a que pasara algo.
Y ahí estaba, una especie de energía que se me metió en el cuerpo entero entrando por un costado y saliendo por el otro, dos veces, de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, como un escaner, un zumbido muy fuerte que seguía ese movimiento y una vibración intensa. No puedo describirlo de otra manera, fue una sensación que no puedo comparar con ninguna otra que alguna vez haya tenido, sólo sé que fue horrible. Y después nada, nada de nada, el aire era más liviano y lo que fuera que había pasado no podía explicarlo. Me aseguré de que estaba despierta. Estaba muy despierta.

No sé cómo hice para volver a dormirme pero lo logré. Al día siguiente en el trabajo no pude aguantarme las ganas y decidí enfrentar la posibilidad de que todos pensaran que estaba loca, lo conté. Para mi sorpresa a nadie le pareció extraño, cada uno tenía su propia historia. Me hicieron preguntas. ¿Se te están cayendo las cosas en tu casa? Sí, se cae todo, los adornos, las sillas, hasta se me rompió una fuente. ¿Se te mueren las plantas? Sí, empezó con una planta que Gladys cambió de lugar y después se empezaron a secar todas. ¿Se te tapan las cañerías? Sí, de hecho tuve que llamar al plomero dos veces en quince días porque se tapa el inodoro. ¿Te despertás a las 4:30? Sí, cómo sabés. Porque a esa hora hacen rituales de umbanda, mucha gente se despierta, dijeron, tenés algo. Después le hicieron preguntas a un péndulo del tipo ¿hay mal de ojo? ¿magia negra? ¿fue Gladys? Parece que si se mueve en círculos significa que sí.
A esa altura yo ya no sabía que pensar. Qué creer. O mejor dicho si creer o no. Las que rezan que recen por mi, concluí, y me pidieron mis datos completos porque conocen gente que me puede limpiar.

Decidí no pensar más en el asunto, me lo imaginé, no tengo nada en mi casa, es una locura, no puede ser, esas cosas no pasan, creo que una vez vi ovnis en San Luis con mi ex novio y otra vez soñé que algunos muertos me decían cosas, pero esto es distinto, esto no pasa.
Esa noche lo obligué a G a que durmiera conmigo, y a la noche siguiente y la otra. Él pensaba que era una boludez, pero igual se quedó.

Nunca más pasó nada semejante.
Tampoco se siguieron cayendo cosas, el inodoro no se volvió a tapar y mágicamente revivieron todas las plantas.
A veces me sigo despertando a las 4:30, estiro el brazo, lo agarro a Chiche y me tapo la cabeza con la frazada.

Por las dudas.



Cosas que pasaron durante el tiempo que abandoné el blog


La eché a Gladys. Echar a alguien te convierte en adulto automáticamente. La eché porque mi mamá me obligó, así que a la adultez todavía la pongo en cuestión.
Gladys me cobraba muy barato y era de confianza, limpiaba mal, alegando problemas de vista, pero por lo menos limpiaba este quilombo. Venía a mi casa lunes por medio durante mi horario laboral. Rara vez nos cruzábamos, por lo que nuestra comunicación se basaba casi exclusivamente en notitas de ida y vuelta sobre la mesa, y en puteadas que yo le dedicaba a su madre cuando, ya en su ausencia, me daba cuenta de que no había limpiado el espejo como yo le había pedido, me había desteñido alguna remera, desenchufado el modem, o cosas más graves como tirar toda mi cosecha de marihuana a la basura “sin querer”.

Como ya dije alguna vez, tener empleada doméstica me genera contradicciones. Por un lado, tener una chica que limpie mi casa me da culpa. Por qué no puedo hacerlo yo, si es mentira que no tengo tiempo. Lo que no tengo son ganas, y el hecho de que otro se haga cargo de mi propia mugre me hace sentir una niña mimada. No me gusta. No me gusta pero me banco la culpa antes de tener que hacerlo yo.
Por otro lado nunca sé cuál es el mejor modo de llamarla cuando hablo de ella: la chica que trabaja en mi casa, la muchacha que limpia, la empleada doméstica, la shikse (oh dios no me dejes nunca decirle shikse) o simplemente por su nombre. En ese afán progre de no querer parecer despectiva, peyorativa o burguesa, creo que termino eligiendo una mala opción: digo Gladys a secas, pero asumir que su nombre puede denotar su trabajo, y que la gente va a entender que estoy hablando de ella, me resulta un poco choto. Ahí me pierdo, porque en realidad no sé qué tiene de malo su trabajo y entonces debería decir “la empleada”. Puede que sea discriminación encubierta y no voy a defender lo indefendible.

En fin, Gladys, que también trabajaba en la casa de mi mamá, se enojó con ella porque la retó, y entonces la dejó en banda, le mandó las llaves y no volvió nunca más. Pero a mi casa sí volvió, y medio que se hizo la tonta al respecto. Mi mamá me obligó a echarla y yo no quería, pero la eché. Me dio un poco de bronca su cara de sorprendida cuando se lo dije, y también un poco de satisfacción, porque en realidad yo a Gladys la odiaba, cuestión de piel. Lo que pasa es que después le conté a mi vecina, que la había contratado bajo mi recomendación, y terminó echándola ella también. Hice el cálculo de cuánta plata estaba perdiendo Gladys y se me fue la satisfacción. Pobre. Bueno, que se joda por boluda, qué esperaba, uno no renuncia sin comunicarlo.

Ahora hace dos meses que tengo el teléfono de Vivi, que trabaja en lo de mi amiga L, pero no la llamo porque estoy tratando de comprobar que puedo hacerme cargo de la limpieza de mi mugre. Lo cierto es que no puedo, o no me sale muy bien, el piso de mi cocina es un asco.
Un día me fui a trabajar y G se quedó durmiendo en mi casa. Cuando volví ya no estaba, pero durante mis horas de ausencia, él había limpiado y ordenado todo, hasta pasó la aspiradora y prendió un sahumerio. Mejor que Gladys. La llamé a mi mamá para contarle la proeza de G y ella me dijo “casate, vos casate”.
Bueno, no sé.

miércoles, 13 de junio de 2012

El Dilema (cuarta parte)


Capítulos anteriores apretando acá 1, 2, 3.



Los últimos días que Pimienta pasó en mi casa, se encargó de hacerme saber que estaba muy enojada conmigo. Dejó de dormir en la cama, actuaba con indiferencia, no venía a recibirme a la puerta cuando llegaba después del trabajo, y me mordía cada vez que encontraba la oportunidad. Yo estaba muy triste, pero me hice cargo.

G ya había vuelto de su viaje, y la situación seguía siendo la misma. Alergia, asma, alergia, asma, alergia, asma. Sólo que la decisión ya estaba tomada. Puse fecha: domingo a la noche.

Ese día me desperté con la gata acurrucada entre mis brazos, pidiendo mimos, y se los dí. Me alegró que no fuéramos a separarnos con rencor. Pasamos la tarde entera juntas, haciendo fiaca y jugando, posamos para una foto que quedó preciosa. Pipi estuvo más cariñosa que nunca, fiel compañera, mi sargenta Pepper, monstrua de mi corazón. La mejor del mundo, por goleada. Nos sentamos una delante de la otra y nos miramos durante un largo rato. Yo lloré y ella maullaba tan afónica como siempre, la bese y le dije cosas lindas, me lamió la cara con todo su amor.

S tocó timbre a la hora estipulada, le armé una bolsita con el frasco de comida de la gata, las piedritas, el baño y la palita. Charlamos un rato y después vino la despedida. Yo me moría por dentro. Le pedí que me contara el minuto a minuto de la nueva vida de mi gata que estaba dejando de ser mía. Siempre vas a ser la madre biológica, dijo ella por buena amiga, podés venir a visitarla cuando quieras. Las acompañé hasta el auto y después de muchos besos metimos a Pimienta en su cartera. Aceleré el trámite porque quería llorar desconsoladamente pero no quería que S me viera, así que cuando arrancó, ni siquiera pude esperar hasta llegar a mi casa.

Me sentí muy sola, y decidí que iba a llamar a G cada vez que la extrañara a Pipi. Hola G, la extraño, decime que me querés. Te quiero, decía G con un poco de culpa, te re quiero.

Pasaron los días, Pimienta estaba contenta en la casa de S, se había adaptado bien y no me extrañaba. No me extraña, obvio, cómo me va a extrañar si la abandoné. Yo no quería ir a verla, tenía miedo. Mirá si no me reconoce, me muero, o mirá si está re enojada, me muero. No fui hasta bastante tiempo después. Lo cierto es que cuando la vi, me reconoció la voz y no me dio pelota, pero después la encontré escondida entre mis cosas y me convencí de que todavía me quería un poco. Estaba enorme, brillosa y con un pañuelito rojo al cuello. Definitivamente S es una buena mamá.

Mi casa sin la gata estaba vacía, faltaba algo, sobre todo cuando llovía. Verla a Pipi mirar la lluvia por el ventanal hasta atreverse a salir al balcón a empaparse, fue siempre uno de mis momentos favoritos, o su compañía a la hora del mate y un libro, su insistencia para dormir sobre el teclado cuando yo quería escribir, su presencia entera.
La extrañé, a veces todavía la extraño, pero también sentí una especie de alivio de que no estuviera. Me sentí más libre, más sola, pero más libre. Nadie depende de mi. No estoy obligada a volver a casa, ni ocuparme de la comida, la caca y la seguridad de otro, nadie hace quilombo. Con lo mío basta. Imaginate tener un hijo.
Aunque me cueste admitirlo, si G no estuviera más conmigo, creo que no iría corriendo a conseguirme otro gato, porque también podría tener un perro… pero no voy a hacerlo hasta que conviva con alguien y pueda compartir la responsabilidad. 
Espero que G pueda aceptar un perro algún día.

Una tarde de un fin de semana hermoso, me desperté de la siesta, lo miré y le dije: 
-Yo quiero ser tu novia, G.
-Yo ya sé… - respondió él y le cambiaba la cara
Hice silencio.
-Pero… yo… n...o... -agregó.
Hicimos silencio.
-Entonces, no quiero verte más -respondí y le volvía a cambiar la cara.


Quedarse 
sin el pan,
y sin 
la torta.


-O explicame, porque no entiendo.


Continuará...

Se acerca el último capítulo: Caribe compra veneno, Pimienta aúlla desde un balcón distante, la casa está en penumbras, G yace en la cama, suena un teléfono que nadie atiende. Habrá muerte, habrá llanto, habrá giros. Lo que nadie sabe, es si habrá un final feliz.
No te pierdas el season finale, en la próxima entrega de El Dilema.

Un día de la vida


Hoy, mi casa y yo, festejamos nuestro primer aniversario.
Hace exactamente un año, embalé mi vida entera
y me entró toda en una camioneta.
Catorce cajas, dos valijas, y algunos muebles.
Un sorpresivo calor otoñal.
Sábado a la mañana con la radio a todo volumen.
El sol a todo volumen.
Una pared amarilla.
Mis viejos, un par de amigos.
La caja de herramientas, el polvo.
Libros, ropa, adornos, el colchón en el piso.
Cada cosa en su lugar.
Compramos empanadas para el almuerzo.
Comimos en la terraza y también tomamos mate.
Charlamos de cosas que no recuerdo.
Yo salté de alegría, con mi sonrisa de oreja a oreja.
Alguien tocó la guitarra.
La noche trajo un vino y el brindis.
Como un sueño.
Tan cliché.
Se fueron todos.
Me acosté en el piso del living y me reí a carcajadas.
Las lucecitas de navidad titilaron al ritmo.
Y ahora qué?
El espejo me mostró mi alivio.
Llegué.
El día más feliz de todos los días.
El primer día del resto de los días.

sábado, 2 de junio de 2012

Spoiler

Con G programamos una cita. El plan era comer mirando una mala película de acción en el living. Yo tengo la teoría de que durante las películas subtituladas, hay que comer con la mano, sino es imposible seguir el ritmo. También hay otra opción. Hace unos años, en TNT tenían un ciclo que se llamaba Cena y Cine, y pasaban clásicos doblados al español a la hora de cenar. Me parecía una solución fantástica para un problema tan importante como el mío, pero no somos gente fina. Preparé patitas de pollo, papas fritas y pochoclo casero de postre. Cuando la comida estuvo lista, nos acomodamos en los puf y le dimos play. 
Yo le dije a G que era la primera vez que veíamos una película juntos, salvo por un par de salidas al cine. Estuvimos de acuerdo en que es una de esas cosas que hablan bien de nuestra relación.


Spoiler: Duro de Matar 4 (Len Wiseman, 2007)


Nuestro amado Bruce Willis es un detective rudo y malhumorado (tiros), que es más capo que su jefe (tiros). Se quiere ir a dormir, pero agarra un caso que parecía una boludez (tiros) y se va complicando (tiros). Hay hackers malos (tiros), muy malos (tiros), que atentan contra la integridad del país (tiros). Bruces se hace amigo de un hacker bueno (tiros), que lo ayuda a resolver el quilombo (tiros). Todo parece salir bien (tiros), todo parece salir mal (tiros), todo vuelve a parecer que sale bien (tiros), los hackers malos secuestran a la hija de Bruce (tiros). Bruce es un mal padre divorciado (tiros), pero su hija es su debilidad (tiros). La salva (tiros). Y también salva al mundo (tiros). Fin (canción de Creedence).







jueves, 31 de mayo de 2012

Con sedación total


Me hicieron acostar en una camilla ubicada en el centro de la sala. Una enfermera rodeó mi brazo con una goma y apretó fuerte. Yo sentía mi vena hincharse mientras ella le daba golpecitos con los dedos para que se hinchara más o más rápido, y aún así le pifió varias veces antes de clavarme la aguja en el lugar correcto. No miré, por las dudas de que me diera impresión, igual un poco me dio, como siempre. Te voy a poner suero, dijo. Nunca me habían puesto suero, tampoco heroína, ni nada, pensé. Le sonreí en modo de aceptación y miré el tubo que unía mi brazo a la bolsita plástica que colgaba al lado mío Me distraje observando el goteo de ese líquido cuyo espesor no pude imaginar. Entró un médico, me saludó y me puso un plástico en la boca. No estés nerviosa, pensé, no es nada. Ahora te vas a ir durmiendo de a poco, escuché que dijo la enfermera, y yo no podía recordar el nombre del médico. Me lo acababa de decir y yo no lograba acordarme. Mi instinto decía que tenía que pronunciar el nombre del médico y entonces frenarían.
No sé en qué momento se me cerraron los ojos.

Acá, se sucedió por primera vez en mi vida, un episodio del cual no tengo registro. Si me tocaron las tetas, ni idea.

Tenía la obvia sensación de no haber estado durmiendo de verdad, pero había soñado cosas emocionantes que iba olvidando con velocidad, cosas muy profundas, como si hubiera sido un viaje hasta bien adentro de mis ideas, un lugar al que sólo se llega sin dormir de verdad, mas bien buceando en la inconciencia a conciencia.
Creí recordar que el médico se llamaba Marcelo, pero cuando abrí los ojos estaba segura de que estaba confundida. Me desperté en otro cuarto, sin saber cuánto tiempo había pasado ni cómo me habían llevado hasta ahí si la camilla no tenía ruedas (alguien me hizo upa?).
Lo más probable es que haya empezado a hablar de filosofía y de la modernidad, sin embargo nunca lo sabremos con seguridad, porque no hay testigos.
Escuché a la enfermera gritar  “acompañante de Caribe” y apareció mi mamá.
Por eso es obligatorio ir con alguien, porque les gusta llamar a los acompañantes para que se hagan cargo de los delirios de uno. Mi mamá me contó cosas, como si nada. No sé por qué me reí tanto, pero nos tentamos, y cuando pude parar entendí que acababa de buchonearle que mi hermana había probado el cigarrillo. No te enojes má, ya tiene quince, yo empecé a los catorce, no le digas nada, se me escapó. Volvimos a reirnos exageradamente. No puedo creer lo que cabo de hacer, soy una garca, le dije, pero igual no se enojó porque ya lo suponía. La culpa me dio más ganas de reirme.
Me iluminé. Estoy drogada, claro, es como un porro superpoderoso, le dije a mi mamá, qué buen estado, con razón. La enfermera quería reirse, pero no se reía e insistía en ponerme la ropa. Le pregunté si abrían los sábados a la noche, me puso cara de orto y se fue. Para mí era un buen chiste, me sigue dando gracia.

Mi mamá me llevó a mi casa y tomamos té hasta que me empezó a doler mucho la cabeza y me quise ir a dormir, así que se fue.
En el medio de la siesta me enteré de que me habían robado la billetera en mi estado de drogadicción. Una señora muy buena la encontró en la calle y dejó una nota en mi antigua casa para avisar que la tenía ella. Yo ni me había dado cuenta de que me faltaba. Para mí que hay una banda de ladrones en la puerta del sanatorio esperando a que salga alguien muy drogado para robarle. La señora me mandó la billetera en taxi envuelta como si fuera un regalo de navidad, y no faltaba ningún documento. Que la suerte le vuelva. Un beso para la señora.

Seguí durmiendo muchas horas, cuando me desperté era de noche, me sentía muy mal y quién mierda me mandó a vivir sola, tenía hambre pero no fuerzas para cocinar ni nada en la heladera. Como siempre, no había podido prever que iba a necesitar ayuda y no llamé a nadie para que me hiciera compañía. No quise molestar. Qué idiota. Ya aprendí.

Tenía mucho, muchísimo miedo de que los estudios no salieran bien. Esperar quince días los resultados, y mientras no sé, morir de angustia. 
Lloré a mares, bastante rato, hasta que me acordé: el médico se llamaba Esteban, Esteban, qué alivio.


martes, 8 de mayo de 2012

El dilema (Tercera parte)

Escenas del capítulo anterior haciendo click acá y acá por órden de aparición.

Por dónde iba?
Ah, la disyunción.
Dejar de ver a G o regalar a la gata.
Les juro que lo pensé mucho, mucho mucho. Y aunque en el fondo la elección era medio obvia, no era una decisión que pudiera tomar así sin mas.
Justo G se iba de vacaciones por quince días. La última noche antes de partir hicimos un esfuerzo para que pudiera quedarse a dormir en mi casa. Él se tomo un antiestamínico y consiguió un chuf chuf para el asma, yo cambié las sábanas y por primera vez la dejé encerrada a Pimienta toda la noche en la terraza. Antes de acostarnos saqué un puf con almohadones al balcón para que estuviera cómoda, saqué sus piedritas, y los platos con agua y comida, y después cerré la ventana. Escuchando la protesta de la gata traté de olvidar la pena y la culpa para poder estar con G, que a su manera ya había protestado lo suficiente y además lo iba a extrañar.
La noche se sucedió en paz, reinaba la calma.
El problema vino a la mañana.
Apenas me desperté corrí al living a abrir la ventana y a abrazar a la Pipi. Cuando salí al balcón todo era un caos, el agua estaba volcada, el plato de comida había desaparecido con comida incluída, los almohadones estaban por cualquier lado, mis cactus todos dados vuelta y la tierra de las plantas esparcida por todo el piso.

Y Pimienta...

Pimienta no estaba.

O sea, no estaba.

Se murió. Entendés, se murió. Dije con un llanto inminente.
Se murió por mi culpa, se volvió loca y se tiró por el balcón, todo por tu asma, la puta madre, cómo hago para vivir con ésto, entendés, se murió, G, se murió, se tiró, por eso no había ruido. Hacé algo la puta que te parió, abrazame, no sé, algo. Se suicidó porque la abandoné, la abandoné, cómo pude, soy una hija de puta.
Pará. Me gritó G mientras yo me ahogaba al borde de un ataque de pánico balanceando mi cuerpo cual autista en pijama. Tiene que estar en algún lado, los gatos no se tiran por el balcón, no son idiotas. Dijo, y se trepó por la parrilla, en calzones, para subir a la terraza de uso común del edificio a ver si estaba. Yo me asomé los siete pisos que me separan de la planta baja por la baranda a ver si el cuerpo de mi gata yacía destrozado en la vereda. Nada por aquí, nada por allá.
G no podía seguir trepando. Bajá de ahí que te vas a matar vos, lo único que me falta, bajá que le pido las llaves de arriba a la vecina.
Le toqué el timbre a mi vecina, que es un amor, enseguida gritó del otro lado de la puerta "Caribe, sos vos? Esperá que estoy con visitas". Qué me importa con quién coge ésta mina los sábados a la mañana, pensé yo, pero cuando abrió estaba con Pimienta en brazos y me dijo "estuvo toda la noche durmiendo en la cama conmigo y con Frankie". Frankie es un perro enorme que mueve la cola cada vez que la ve a Pipi. Pero yo pensé que sólo se quedaban mirando uno a otro a través de las rejas del balcón. Porque los dos balcones están separados por medio metro de precipicio. Bueno, no, parece que no era la primera vez que Pimienta pasaba para su casa, de hecho, iba todos los días mientras yo estaba en la oficina.
Mi gata y su doble vida. Mirá si será turra que me la mandó a guardar. Ah, vos me abandonás? Bueno, yo me voy a dormir a la cama de otra. Tomá.
Me volvió el alma al cuerpo.
A G también. Pobrecito, lo reputié.
Desayunamos y después nos despedimos, antes de irse, G me dijo "no decidas nada hasta que yo vuelva".

G no quería bajo ningún aspecto que yo regalara a la gata, porque me veía feliz, porque no me quería quitar eso, y además decía que yo se lo iba a echar en cara toda la vida, que se iba a cagar nuestra relación porque íbamos a empezar a pelear por cualquier cosa pero que en el fondo íbamos a pelear porque yo no podría perdonar esa concesión. Yo no estaba tan de acuerdo, creía que iba a saber diferenciar, que en cuanto tomara la decisión me iba a hacer cargo.

Durante sus quince días de ausencia yo no iba a tomar medidas, pero sí tenía que decidir qué hacer.
Pedí opiniones, a todos. Lo discutí en los almuerzos del trabajo, en las reuniones de amigas, en las cenas familiares, lo consulté con la almohada, en Twitter y hasta llamé a la radio para hablar con Andy Kusnetzoff en su sección "segunda opinión". Imaginate, la última vez que había llamado a una radio tenía 8 años y fue para pedir un tema de Luis Miguel que quería grabar en un cassette. Hablé con todos, escuché a todos, acepté las palmaditas de resignación en la espalda. Parecía una boludez, pero no lo era. Juntos tratamos de encontrar una solución intermedia, pero yo ya había pensado mil posibilidades, no había nada que hacer.  
Obviamente mi entorno se dividió en dos. 
Estaban los que defendían a G, básicamente porque es una persona y parece que las personas importan más que los gatos. Y también estaban los que defendían a Pimienta, alegando que los gatos duran más que las relaciones sentimentales. 
Los unos decían que la gata era nueva, que distinto hubiera sido si era mi mascota de toda la vida, que para qué tener un animal encerrado en un departamento, que ella no iba a sufrir el cambio si la regalaba, que todavía era chiquita, que yo no iba a tardar en acostumbrarme, que no pasa nada... es sólo un gato... y G es una persona, no tiene sentido ni siquiera plantearse la elección, decían. 
Los otros alegaron que no es sólo un gato, que es la compañía, el amor, un vínculo único, la concreción de un deseo mío, que un gato es parte de una familia aunque la familia esté conformada sólo por uno mismo, que no era bueno cambiarla de lugar porque iba a sufrir mucho, que G podía borrarse en cualquier momento, que ni siquiera era mi novio, que cuánto tiempo más pensaba yo que íbamos a estar juntos, que me replanteara si realmente lo quería y si quería salir con un tipo al que no le gustan los gatos, quedate con Pimienta, decían. Y aunque parecía que estaban haciendo un chiste, porque socialmente no estaría bien visto elegir a un gato por sobre una persona, en el fondo lo decían de verdad.
Había un empate.
Nadie quería estar en mi situación.
Estaba sola, las decisiones se toman en soledad, y yo ya sabía qué tenía que hacer pero no quería afrontarlo.

Ese tiempo que G no estuvo en Buenos Aires la disfruté a Pimienta lo más que pude, la iba a extrañar una barbaridad. Y la dejé hacer lo que ella quisiera, puro quilombo, porque total... quedaban sólo unos días, era la última vez. En su nueva casa habría nuevas reglas.

Finalmente mi terapeuta tenía razón, G me importaba lo suficiente. Lo suficiente como para hacer concesiones. Había llegado ese momento en que algo te pone a prueba y vos te das cuenta del amor. Qué choto que funcionemos así.
-Te quedás con el novio al final? - me preguntó en la siguiente sesión.
-No es mi novio.
-Que, tenés alergia?
-No, miedo. Bastante miedo.
-De ser la novia o de decirle que querés que sean novios?
-De que él no quiera ser mi novio y tener que decirle "pero dejé a mi gata por vos"




Continuará...

Habrá vuelto G de viaje? Se habrá ido la gata a vivir a un nuevo hogar? Y hubo consecuencias? Qué habrá pasado mientras tanto en Ciudad Gótica? Todo eso y mucho más en la próxima entrega de El Dilema.


sábado, 5 de mayo de 2012

La Terraza

Ésta es una canción que le compuse a mi terraza con mucho amor.
Ojalá la anden tarareando mañana mientras se duchan.
Sepan disculpar la calidad del sonido.
Acá todo es hogareño.
Bueno, me voy mientras escuchan porque sino me da vergüencita.
Chau, besis.


La Terraza


En mi casa tengo una terraza
y en la terraza colgué un banderín.
Vení temprano que el sol se nos escapa
corré la bici, tirate por ahí.


En la terraza mate o chocolatada
quizás mi vieja me cocinó un budín.


Si llueve un poco bajo el toldo a rayas
plantas felices que intentan sobrevivir.
Cuando refresca traemos las frazadas
cazá la viola, tocate una de Sui.


En la terraza cerveza o vino en taza
o unas florcitas si venís en abril.


Vidas mareadas de hamacas paraguayas
te leo un cuento que acabo de escribir.
Amaneceres que dejan sin palabras,
dame otro beso y entremos a dormir.


En la terraza el horizonte escasa
pero hay un cielo que no tiene fin.


Por la mañana el sol dará en la cama
cuando despiertes volvemos a salir.
Tururururú


Vení a mi casa, te invito a la terraza
que en la terraza es muy fácil sonreir.


Vení a mi casa que tengo una terraza,
tocame timbre que te bajo a abrir,
en patas.


by Caribe.

martes, 17 de abril de 2012

Caribe al servicio de la comunidad: Fideos

A nadie le gusta tirar comida a la basura, ni guardar sobras de fideos, porque comer fideos recalentados es un asco. Pero cómo hacer para calcular la cantidad exacta que comeremos, si la bolsa da instrucciones en gramos y no tenemos balanza? Bueno, una opción es calcular a ojo, pero mejor que los ojos... las manos.
Nuestras manos son siempre las mismas, nuestro estómago es siempre el mismo. Los fideos se miden en puñados. Es sólo cuestión de encontrar la medida justa y después ir variando según la dimensión del hambre o de los invitados.


Fideos rulito/ moñito: yo suelo comer cuatro puñados  bien gordos y tiro al agua algunos fideos de más.
Fideos penne rigate: cinco puñados bien gordos (la diferencia radica en el aire del medio)
Municiones/ Ave María para sopa: seis puñados no tan gordos para más fideos que caldo ó 4 puñados no tan gordos para más caldo que fideos.




Fideos largos: también se miden en puñados, usando las falanges del dedo gordo como referencia. Yo como la cantidad que entra si apoyo el dedo índice en la articulación del dedo gordo. No varía demasiado según el tipo de fideo.


Éstas medidas tienen un 90% de efectividad, pero cada uno tiene que probar las suyas propias. Para las primeras veces, es recomendable poner los puñados sobre un plato y tratar de imaginar cómo quedaría después de hervidos los fideos.


Otras cosas que aprendí de los fideos preguntando por qué:

Una vez hablé con un señor que es químico y se especializó en gastronomía. Ideal para responder a todas mis preguntas acerca de los fideos. Me encantaría recordar todas sus explicaciones, pero lo cierto es que me las olvidé. Así que yo hago lo que él me dijo, pero no puedo justificarlo.

- Los fideos necesitan ser hervidos en la mayor cantidad de agua posible. Supongo que será para que no queden amontonados, pero la explicación era algo más compleja. Así que no usen la cacerola chiquita aunque cocinen para ustedes solos.
- Hay que agregarle sal al agua porque acentúa el sabor, puede ser fina o gruesa, pero no se pone al principio, sino cuando el agua ya está por hervir. 
- Lo del aceite en el agua para que la pasta no se pegue, es un mito, a lo sumo se le pone una vez servida en el plato. Además es más fácil lavar la olla. Doy fé de que no se pegan.
- Cuando se ponen los fideos en el agua, hay que revolver durante los primeros 30 segundos.
- Se cocina sin tapa y a fuego medio.
- Se sabe cuándo están listos por el color, dejan de tener transparencia. A mi me sigue divirtiendo mirar el reloj y tirar un fideo al azulejo de la cocina para saber si ya está al dente.
- Los fidos largos NO se cortan. No creo que el señor químico haya tenido una explicación para eso, pero en mi casa es sacrilegio.

Bueno, chau, eso fue Caribe al servicio de la comunidad.
Besis.

PD. Hagamos una campaña para que en los menús de los restaurantes haya fotitos de los fideos al lado de sus nombres, así nos aprendemos de una vez por todas la diferencia entre los spaghetti, los tagliatelle, los vermicelli, los pappardelle, los fetuccine, etc, etc, etc.
Igual mirá lo que me encontró el capo de G en Google: un sitio en el que te muestran la geometría de la pasta y un poster (si aprietan arriba de la imagen con el botón derecho y abren el enlace en una pestaña nueva, la van a poder ver de cerca y bien grandota) 



lunes, 16 de abril de 2012

El dilema (Segunda parte)

Escenas del capítulo anterior haciendo click acá

Al principio, Pimienta empezó a adueñarse de todos los espacios. Los primeros días me costó compartir mi casa, la gata me seguía a todos lados y se ocupaba de marcar territorios. Pero después, contenta, me dejé ganar como si fuera una adulta frente a una niña, le dejé sentarse en el bidet mientras yo estaba en el inodoro, la dejé ocupar la mitad de la cama, le convidé de mi comida, le presté mis manos para que las mordiera, sus juguetes siempre desparramados por el living, la casa llena de hojas secas que ella traía de la terraza y después rompía en mil pedacitos inlimpiables, le di atención cada vez que lo demandó y aprendí a dejarla en paz cuando ella quería. Quizás debo admitir que no sabía ni quería ponerle límites.

También ocupó mucho espacio en mi cabeza. Me pasé horas y horas de oficina con culpa por dejarla sola en el departamento y me escapaba en el almuerzo para verla, volví antes de muchos lugares por las ganas de estar con ella, le escribí poesías, le conté a todo el mundo cada cosa nueva que aprendía a hacer la gata como esas madres que no pueden dejar de hablar de sus bebés, la bombardeé a fotos.
Pimienta me hacía feliz de una manera nueva. Creo que yo nunca me había sentido así. De nuevo la sensación del amor incondicional.

Cuando G la conoció, hizo un esfuerzo para superar su apatía hacia los gatos. Le resultó graciosa y linda. Yo suspiré aliviada, sabía que iban a hacerse amigos. 
Le jugó, la mimó. Pero un ratito, después quiso estar conmigo, así, como siempre, solos. Y no estábamos solos, estaba Pipi.

La verdad es que tener sexo con un gato mordiéndonos los pies es extraño. No se puede coger con un gato mirando. Y tampoco se puede hacer cucharita con un gato en el medio, ni dormir con un gato saltando sobre nuestras cabezas durante la madrugada.
La cama no es tuya, es de Pimienta, gritó G enojado una mañana muy temprano, fastidioso porque yo dormía plácidamente y a él Pipi no lo dejaba descansar. Se levantó, le moqueaba la nariz y le picaba la garganta, los ojos, la barba, los brazos, empezó a estornudar.
Se quiso ir a su casa y nos peleamos.
G también necesita marcar territorio.
Yo tenía que delimitar los espacios.

Empecé a pensar en algo que dividiera mi habitación del resto de la casa, porque no tengo puerta, tengo un arco que separa los ambientes. De ese modo cuando quisiera estar con G en el cuarto, Pimienta se podría quedar del otro lado. 
Durante la semana estuve evaluando opciones, viendo cuál sería la más conveniente. Algo que la gata no pudiera trepar, que no llegara hasta el techo así dejaba circular el aire y la calefacción en invierno, algo. Ya se me iba a ocurrir.

La vez siguiente que G vino a casa, la picazón no tardó en volver a aparecerle. Y era cada vez más fuerte. Y después los mocos, los estornudos, los ojos todos rojos y llorosos. No se podía quedar más que un rato.

Alergia declarada.

Intentamos varias veces, siempre era igual o peor. Noches de mierda. Probamos con corticoides. Mejoraba, pero algo no estaba funcionando. La alergia se convirtió en asma. Y no había chuf chuf. G ya no podía dormir en mi cama ni estar cerca de Pimienta, no servía de nada pensar en una división entre los ambientes si el problema estaba en el aire.

G dejó de venir a mi casa, nos veíamos en otros lugares pero obviamente no era lo mismo y tampoco teníamos dónde tener sexo, estar tirados o lo que fuera. 
Él estaba mal, yo estaba mal y Pimienta estaba mal. 
Aprendí que un gato es un ser al que le pasan cosas, tiene humores y entiende lo que sucede alrededor. Pipi se convirtió en el impedimento para poder estar bien con G, y a su vez, G y su asma, el impedimento para poder estar bien con Pipi.
La gata estaba agresiva conmigo.
G estaba irritado conmigo.
Yo me la estaba fumando en pipa.
Había que encontrar una solución.

Existía una solución?

Me rompí la cabeza buscando.

Y entonces sucedió lo inevitable: se me hizo presente la temible disyunción.
O Pimienta ó G.
No quería ni pensarlo.
Pero lo pensé.
Pensé en dejar de ver a G.
Pensé en regalar a Pimienta.

El dilema.

Vivir con un dilema a cuestas.


Continuará...

Se habrá tomado esa decisión? Habrá venido el Chapulín Colorado a ayudarme? 
Todo eso y mucho más en el próximo capítulo de "El dilema", con la participación estelar de Andy Kusnetzoff.

viernes, 13 de abril de 2012

Conchudo

Era el cumpleaños de mi ex novio.
Dudé en saludarlo.
Hace tiempo no hablamos.
Ya no hay nada de qué hablar.
Pero me parecía descortés.
Después de todo yo lo quiero.
Lo quiero porque la relación fue linda.
Creo que él piensa que la relación no fue linda.
O sólo se acuerda de lo feo.
O algo así.
Ya van a ser dos años desde que nos separamos.
Desde entonces él me trata mal.
Como si yo le hubiera cagado la vida.
Una vez le hablé por chat después de mucho tiempo.
Le dije Hola E! 
Me contestó Qué pasa?
Qué conchudo.
Un bloque de hielo.
No sé qué se cree.
Yo no le rompí las bolas.
Nunca quise volver con él.
No le hice nada malo.
A él se le acabó el amor y yo me la banqué.
Así que no sé qué se cree.
Lo eliminé de las redes sociales.
Le deseé una buena vida.
La gente me dice que siempre fue así.
Es mentira, antes lo re querían.
No siempre fue así.
Bueno, un poco sí.
Qué suerte que no me casé con él.
Igual creo que éramos lindos juntos.
La pasamos bien.
La cuestión es que era el cumpleaños.
Y le mandé un mail amigable y conciso.
Porque sino me parecía descortés.
Después de todo yo lo quiero.
Lo quiero porque la relación fue linda.

No respondió.

Me sentí medio boluda.
Eso no se hace.
Flaco, eso no se hace.

Después pensé que quizás se murió de una sobredosis y yo no me enteré.
He ahí el problema.
Siempre quise justificarlo.
Creyendo que "esta vez va a ser distinto".
Pero es un conchudo y punto.
Un conchudo.
Me da vergüenza ajena.

Qué boluda.
Qué pena.

martes, 10 de abril de 2012

El fumigador vs. La chancleta

Mi casa tiene arañas de las gordas. Bien feas y temibles. 
Y como tiene arañas, también tiene telarañas. 
Siempre le pido a Gladys que las saque pero siguen ahí. 
Mi mamá me dijo que Gladys tiene problemas de vista. 
Hace un tiempo me compré un Raid sin olor, pero no sé dónde viven las arañas porque salen cuando yo duermo, así que tiré el veneno en algunos huecos de los que sospecho y también en los lugares donde se dedican a tejer. 
El Raid no tiene olor, es verdad.
Pero parece que las arañas lo olieron, porque empezaron a salir de sus escondites y tuve que matarlas a chancletazos. 
Eso me pasa por vivir sola.
Igual las maté a todas y me sentí contenta.
Eso también me pasa por vivir sola.




Canté victoria, pero a los poquitos días empezaron a aparecer de nuevo las telarañas. 
Si hay telarañas, también hay arañas.


Nunca vino el fumigador, que venga.
El fumigador viene al edificio una vez por mes en horarios en los que yo trabajo.
El portero nos avisa poniendo cartelitos en el ascensor.
Llamé al administrador y que vengan un sábado le dije.
Vinieron un sábado, pero no escuché el timbre porque fue muy temprano a la mañana y estaba durmiendo.
Le pedí al portero que la próxima mi casa fuera la primera en el orden de las fumigaciones.
Le dije si viene puntual llego bien a la oficina, pero sino no.
Como le caigo bien al portero, me hizo el favor.


El fumigador es un hombre entre respetable y ridículo por lo grande y tosco que se ve con el tanque lleno de veneno en la espalda. 
Parecido a un oso hormiguero del futuro y no tenía puesta la máscara.
Cómo hace para aguantar ese olor.
Pero al final el líquido no tenía olor, como el Raid.
Entró y le conté de las arañas, él prometió traer veneno especial la vez que viene.
No le creo que se acuerde.
Fumigó como si hubiera cucarachas, no arañas.
Las arañas no viven en los mismos lugares que las cucarachas.
Yo me daba cuenta, pero lo seguía por la casa sin decir nada.
Pensé él sabe.
En el baño me animé a decirle que hay un agujerito donde un día vi a una.
Tiró veneno ahí, pero cuando se fue vi que había muchos otros agujeritos iguales.
Pensé él no sabe.


Uno cree que las personas que vienen a la casa a arreglar cosas, o algo por el estilo, la tienen clara.
Porque hacen lo que hacen todo el tiempo. 
Pero algunos sólo esperan que les demos directivas.
Yo no sé dar directivas a los fumigadores.
Ni a un plomero, ni al electricista, ni al que instala el cable, ni a ninguno.
A Gladys sí.
A Gladys le hago listitas llenas de directivas y se las dejo en la mesa los días que viene.
Igual se hace la boluda, porque yo le pido que saque las telarañas y no las saca.
Para mi que no tiene problemas de vista y me lo hace a propósito.
Yo nunca la reto, porque no se retar a nadie.
Al fumigador sí.
Porque sigo teniendo arañas.
Me lo crucé en el hall de entrada y le dije que mi chancleta es mejor que él para matar arañas.
Le dije que la próxima traiga un veneno con olor, porque no le creo nada sino.


Ahora no quiero que vuelva porque me da vergüenza.

El dilema (Primera parte)


Un dilema es, por definición, un problema que se puede resolver de dos maneras distintas, pero con la particularidad de que ninguna de las dos soluciones termina por ser totalmente satisfactoria.
A nadie le gustan las decisiones disyuntivas, tener que poner en una balanza tan imaginaria como inexacta cosas que resultan de gran importancia y elegir. Ambas opciones pesan demasiado, es difícil determinar cuál pesa más cuando son de distinta índole y pareciera un casi empate.

Esta es la historia de mi dilema.

Cuando adopté a mi gata, lo primero que pensé al llegar con ella en brazos a mi casa, fue que un día se iba a morir. Puede sonar raro, pero lo hago siempre, con todo. Con todo lo que sé que va a significar algo en mi vida. Pensé que de un modo u otro, iba a llegar un día en que Pimienta ya no iba a estar conmigo, y que seguramente me iba a doler. Busqué en Google la cantidad promedio de tiempo que viven los gatos y calculé la infinidad de cosas que podían pasarme en diez o quince años. Diez o quince años es mucho, faltaba mucho para que se muriera. Entonces me dediqué a amarla, como uno ama a su primera mascota, tan primerizamente torpe y con toda el alma.

Sin embargo la idea de su muerte quedó rondando en mi cabeza. Cada vez, al volver a mi casa, subí en el ascensor rogando que no se hubiera caído por el balcón, que no se hubiera escapado, que no se hubiera atragantado con alguna cosa. Entraba a mi casa con la esperanza de que estuviera parada al lado de la puerta y dijera miau acortándome la angustia, sin embargo siempre dormía, me esperaba durmiendo en paz debajo de la cama. 
Cuando se me fue pasando el temor, porque día tras día la gata estaba ahí y entonces ya no había motivos para creer que no estaría, empecé a ser sigilosa al entrar para no perturbarle el sueño. Era más fuerte que yo, nunca pude aguantarme más de tres segundos antes de gritar HOLA (con voz de boluda y alargando la O) para verla venir corriendo a mi.
Entonces me di cuenta: mi soledad se veía menguada en un simple y rutinario HOLA, decir HOLA al entrar, eso sí que era nuevo, y la Pipi corría a darme besos. Ahora éramos dos, con iguales ganas la una de la otra. Ese día escribí un texto muy cortito acerca del amor incondicional.

En terapia, hablé de lo contenta que estaba. Después de tanto aguantar las reglas anti-mascota de mi mamá, ahora que ya tengo mi casa y tomo las decisiones, tener una gata es como la concreción de un deseo que viene desde siempre, dije. Ahí mi analista me indujo a hablar seriamente por primera vez de ser madre. Me chocó. Después de indagar un rato en el tema, llegué a la conclusión de que antes de ser madre tengo que solucionar un par de cuestiones como hija, todavía soy joven, dije. Además está el tema de conseguir un padre. Eso lo dijo ella, y acto seguido preguntó cómo andaban las cosas con G. La asociación me dio un pequeño escalofrío, evadí, no porque no quisiera hablar de G, sino porque no quería hablar de G como padre, soy muy joven y G es más joven, dije, hablemos del gato mejor.
Silencio.
-A G le gustan los gatos?
-No, pero es mi gato, no el de G
-Pero si el gato está en tu casa G va a estar con el gato
-Sí, pero es mi casa, no su casa
-Pero si un día tienen una casa juntos vas a llevar al gato
-Sí, pero no es mi novio
-Pero qué sería más importante, G o el gato?
-Ay, pero qué pregunta absurda
-Claro, si no es tu novio, qué importa, te quedás con el gato
-Vas a ver que cuando conozca a Pimienta le va a gustar. Es una genia: es afónica y no sabe decir miau entonces dice "geek", juega con cables, duerme adentro de la biblioteca y cuando miro Game of thrones se queda quietita mirando, cuando termina la serie se para y se va, come nueces y pepino agridulce. Es una genia, no puede no gustarle a G, vas a ver.
-Si le gustás vos, le va a gustar tu gata
-Tengo miedo de que se muera
-G?
-No, la gata.


Continuará...


Habrá matado G a la gata? Habrá matado la gata a G?
Todo eso y más, en el próximo capítulo de "El dilema"